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Los lazos rojos no alcanzan

Editorial.- El primero de diciembre se conmemora el Día Mundial de la lucha contra el sida y es siempre una oportunidad para poner el tema en la agenda de la opinión pública, por ejemplo, a través de los medios; y para quienes trabajamos en esto los 365 días, es un momento para la reflexión.

Como es habitual, el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/Sida (ONUSIDA) elige un lema para cada día mundial; el de este año es “Las comunidades marcan la diferencia” y este mantra de campaña viene acompañado de publicaciones especiales en todos los idiomas. También en vísperas del primero de diciembre ONUSIDA presentará su informe anual sobre la situación de la epidemia, que lo analizaremos en otro artículo.

¿Las comunidades marcan la diferencia?

No podremos controlar, muchos menos terminar con la epidemia sin las respuestas de las comunidades.

La publicación de ONUSIDA que sostiene el lema señala que:

“Las comunidades realizan un invalorable aporte a la respuesta al sida. Las comunidades de personas que viven con el VIH, de grupos de población clave (gais y otros hombres que tienen relaciones sexuales con hombres, consumidores de drogas, trabajadores/as sexuales, prisioneros y personas transgénero), de mujeres y jóvenes lideran y apoyan la prestación de servicios, defienden los derechos humanos y proporcionan apoyo a sus iguales. Las comunidades son el alma de una respuesta al sida efectiva y constituyen un importantísimo pilar en el que apoyarse.

Las comunidades están marcando la diferencia y son claves para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible, aunque demasiado a menudo carecen de los recursos y del reconocimiento que se merecen y necesitan.”

Existe una contradicción inherente y un sinceramiento, en esta idea de un consenso sobre el valor añadido y relevancia de las comunidades versus la asignación de recursos financieros que se invierten en este sector. En otras palabras, no podremos controlar, muchos menos terminar con la epidemia sin las respuestas de las comunidades, pero cada vez menos estamos dispuestos a financiarlas.

Es como ese cruel chiste que dice que la mayoría de nosotros, cuándo se nos acercan para pedirnos ayuda, sea unas monedas, con una alcancía, un artista callejero o una ONG (que inscribe donantes individuales), decimos “no gracias”. ¿Qué significa el “no gracias”? Algo así como, yo reconozco que necesitas de mí, pero no te puedo colaborar y te doy las gracias por comprender que no pueda o no quiera ayudarte.

Cuando desde sociedad civil buscamos recursos de quiénes debieran financiarnos para favorecer una respuesta eficaz, recibimos muchos “no gracias”, seguido también de: “sigan así”, “gran trabajo” y “los necesitamos”. Con el reconocimiento no se mantienen nuestras organizaciones abiertas, brindando servicios y exigiendo a nuestros Estados que asuman su responsabilidad; pero vemos como año a año, se cierra las fuentes y oportunidades de recursos y, en consecuencia, las organizaciones.

La sostenibilidad, una buena idea

La sostenibilidad de la sociedad civil como actores clave de la respuesta, al menos en lo que respecta a nuestra región, es una abstracción, una declaración de un deber ser utópico; un destino al que se llega, como el nirvana, pero sin una ruta. Es la piedra filosofal que se logra sin fórmula ni alquimista.

Y aquí no debemos restarle méritos al Fondo Mundial de lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria, que en este año cumple una década de la formación del primer grupo de trabajo de su junta para discutir los criterios de elegibilidad. Ya llevan diez años queriendo desacoplarse de América Latina, el Caribe, Europa del Este, Asia Central y el Sudeste asiático. ¿Qué tienen los países de estas regiones en común? Epidemias concentradas en las poblaciones clave, muchas de las cuáles además de ser marginadas, estigmatizadas y discriminadas, son criminalizadas en muchos países.

Después de nuestros gobiernos, el Fondo Mundial y PEPFAR son, por lejos, los principales inversores en la respuesta al sida. Sucede que nuestros gobiernos no han entendido que las comunidades marcan la diferencia. Ambos mecanismos de inversión han catalizado y aumentado el impacto del trabajo de las organizaciones de la sociedad civil y empujado para que el tratamiento del VIH se costee con recursos domésticos. Sin embargo, se retiran fracasando en lograr que se financie localmente el trabajo de prevención combinada y la mejora del contexto, superando algunas barreras estructurales.

El precio de la complacencia

En ocasión del nuevo informe de la epidemia, ya podemos imaginarnos las agencias y sus Estados miembros “dándose palmaditas en la espalda” celebrando que hemos estabilizado el número de nuevas infecciones. Y sabrán disculpar que les arruine la fiesta, pero esta es una muy mala noticia. Tomemos, por ejemplo, la Argentina: se estima que en el 2019 sucedieron aproximadamente seis mil nuevas infecciones de VIH, que es más o menos una estabilización o una muy pequeña caída de las nuevas infecciones. Los números engañan y esta cifra puede parecer que todos estamos haciendo las cosas bien.

Hay que dimensionar los números, por ejemplo, si nos transportáramos a la década del noventa dónde la infección de VIH progresaba al sida y la gente moría. Este número de nuevas infecciones equivaldrían a veintitrés aviones completos de pasajeros. Si en un año se empezaran caer dos por mes, creo que esto se transformaría en una cuestión de Estado. Y si miramos la estimación de defunciones para el año en curso, serían entre cuatro y cinco aeronaves.

Sabrán disculpar el empleo de tan fóbica metáfora aeronáutica, pero creo que es necesaria para tomar real magnitud, no de un problema de salud, una enfermedad, sino lo que aún es una tragedia evitable. Seguramente si tuviéramos una situación similar a la que utilicé como ejemplo, los medios de comunicación, los políticos y la población en general, se preocuparía y ocuparía más del tema. Lo único que tiene una curva significativamente descendente es la importancia y relevancia que se le da al tema, con excepción de quienes trabajamos en el sector. Tampoco debemos menospreciar la fatiga de nuestra comunidad, que nos lleva a estancarnos, seguir haciendo lo mismo, y para contrarrestar esto nos debemos una profunda reflexión sobre como hacer más y mejor, aun cuando sea con menos, porque esta no es una realidad que vaya a cambiar pronto.

La ciencia marca la diferencia

Creo que, en los últimos años, la ciencia del sida viene marcando la diferencia con mas y mejores opciones de tratamiento, aproximándose a una cura funcional del VIH, las evidencias sobre que las personas indetectables no transmiten el virus, la profilaxis preexposición (PrEP), entre otros avances. La solución parece muy sencilla y de simple matemática: Testear a (casi) todos + Tratar a todos (VIH positivos) + ofrecer prevención combinada (con PrEP a todas las poblaciones clave) = a terminar con la circulación del virus, es decir con la epidemia.

La prueba de VIH, el tratamiento, los preservativos y lubricantes, así como la PrEP, los tienen que proveer el Estado. Y ya se ha probado ampliamente la obviedad que prevenir es más económico que tratar. Y existen muchos países desarrollados que están experimentando una caída significativa en las nuevas infecciones.

Sin una sociedad civil que pueda acercar los beneficios de la ciencia a las personas de más difícil acceso no lograremos controlar el VIH/SIDA. Las matemáticas del VIH podrán ser virtuosas en el contexto de los avances científicos, pero se vuelven un ejercicio abstracto cuando se trata de asegurar el acceso y la cobertura. Sin una comunidad fortalecida y plenamente financiada, los beneficios de las ciencias se nos escurren entre los dedos.

Y todo esto tiene que ver con la política y las políticas, si el financiamiento internacional no entiende de razones, si nuestros gobiernos han asumido el tratamiento, algo vamos a tener que hacer para que asuman, lo que falta (y a aquellos que faltan, los que seguimos dejando atrás). Al mismo tiempo, vemos una región en llamas, donde las brechas de la inequidad, la generalización de la violencia política y el fanatismo religioso, no parecen ofrecer grandes augurios.

Es inevitable que los Días mundiales sean terreno fértil para los eslogan, que se transforman en un placebo que reparten las Naciones Unidas, siempre políticamente correctos, pero sin interpelar profundamente a los Estados miembros.

Acerca del autor

Javier Hourcade Bellocq

Editor responsable de Corresponsales Clave y Representante Regional de América Latina y el Caribe | Argentina
Organización:International HIV/AIDS Alliance

Javier Hourcade Bellocq es el Editor Responsable de Corresponsales Clave y trabaja en VIH desde 1987. Fue uno de los fundadores y el primer Secretario Regional de la Red Latinoamericana de Personas Viviendo con VIH (RedLa+). Desde 2003, Javier trabajó para la International HIV/AIDS Alliance (Frontline AIDS), primero como Oficial de Programas Senior a cargo del programa de la Alianza en Ecuador, y desde 2005 como Representante Regional para América Latina y el Caribe. Javier es miembro de la Delegación de las Comunidades de la Junta del Fondo Mundial y fue Miembro de la Junta del Fondo Mundial entre 2006 y 2009. Está basado en Buenos Aires, Argentina.

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Responder a jarol Martínez Cancelar respuesta

  • Dirijo una ONG Fénix en el Estado Falcón Venezuela y no tengo recursos para mi campaña de prevención y atención a los usuarios que viven con VIH demasiadas personas muriendo en los hospitales.