Jana Vilayzan Aguilar estaba exponiendo experiencias sobre el trabajo sexual en América Latina. Al hablar de la población trans, una frase causó polémica: “No solamente es un lugar de trabajo hostil, también es un espacio de pertenencia, donde las trabajadoras sexuales trans pueden mostrar su identidad femenina, donde reciben un pago por su servicio y levantan su autoestima”. Las trabajadoras y trabajadores sexuales que estaban en el auditorio aplaudieron, algunos participantes no entendieron: ¿Quieren decir que no es un lugar de trabajo hostil?
“Es un ejercicio de la sexualidad trans, que también tiene que ver con el reconocimiento de su femineidad”, continuó Aguilar. “Es donde el cliente las ve como diosas y tiene que pagar por ellas y eso da poder”, finalizó, otra vez entre aplausos. En ese momento el debate cambió. El simposio tradicional en el que iban a compartirse historias más oscuras, se transformó en una reivindicación de la una elección: “Somos trabajadores sexuales porque queremos”, coincidieron todos los expositores.
“Nosotros no le preguntamos a las demás personas por qué trabajan de lo que trabajan. Yo creo que contribuyo al placer del otro, que hago a otro feliz, que estoy contribuyendo al bien de la comunidad”, aseguró mientras se reía –él y todo el auditorio- Thierry Schaffauser, trabajador sexual. Fue el primero de muchos comentarios que arrancarían las risas y los aplausos de un auditorio que se animó a participar y hablar de todo.
“Todos tenemos una razón distintas porque todos tenemos una historia distinta. Pero somos trabajadores sexuales por elección. Yo soy dueña de mi cuerpo y esta es mi elección”, expresó una integrante del público, trabajadora sexual africana. “Como consumidor de trabajo sexual, quiero apoyarlas en su decisión”, manifestó un oyente también entre aplausos.
Macklean Kyomya y Kaithi Win, trabajadoras sexuales de África y Asia, coincidieron en que el factor económico fue un punto fundamental en su decisión: “Necesitaba elegir una opción fácil y que me rindiera”, reconoció Win. “Es una elección de vida y es un ingreso” agregó Kyoya insistiendo: “Es sexo se tiene que despenalizar”.
Es que, tras la reivindicación y los aplausos, los disertantes recordaron que esa elección en muchos países sigue costando maltratos, abusos, aprisionamientos, rehabilitaciones forzadas y hasta la propia vida. “Ser un trabajador sexual es un crimen en África”, aseguró un participante del público. “A muchas compañeras las meten presas y los policías las violan uno por uno”, agregó Win y remarcó que los centros de rehabilitación a los que envían a las trabajadoras sexuales en muchos países de Asia “son una prisión”.
“¿Qué hacer para que la discriminalización sea un hecho?”, se preguntaron hacia el cierre del simposio. “Capacitarse. Hay que proveer a los líderes de herramientas y de capacitación, para que puedan organizarse y así lograr modificar las legislaciones de los países”, opinó Aguilar. “Visibilizarse”, agregó Schaffauser, y se refirió puntualmente a la población de trabajadores sexuales: “Hay que dejar de generalizar a los Hombres que tienen sexo con hombres. Las trans no lo son, son mujeres. Y nosotros somos trabajadores sexuales, tenemos que visibilizarnos como tales”, concluyó. “No estamos pidiendo nada más que lo que tienen el resto de los seres humanos”, coincidieron para cerrar este debate, que cobra más sentido que nunca de cara a la próxima Conferencia Internacional de Sida, que se realizará en Washington, Estados Unidos, país que por la ley de Trata de Personas no permite el ingreso de trabajadores sexuales. Un nuevo desafío.
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