
“Sin apuntar a la educación no habrá cambios en la prevención del VIH. Con esto no quiero que se entienda que es lo único sobre lo que hay que trabajar, pero sí que es una herramienta fundamental”. Charlotte Watts, investigadora de la Universidad de London, introducía así el tema de la importancia de la escolaridad para la prevención, en el marco de la 6ta Conferencia de la IAS sobre Patogénesis, Prevención y Tratamiento del VIH.
Cuando se habla de prevención del VIH hay que hablar en realidad de numerosos factores sociales, culturales y económicos que son estructurales en la transmisión de la enfermedad. Pobreza, estigma, discriminación, desigualdad de género, uso de drogas, violencia. Y, entre ellos, la falta de acceso a la educación. Es que, según los resultados de una serie de estudios que fueron presentados a lo largo de la sesión, “el acceso a la educación está asociado a las conductas preventivas frente a la transmisión del VIH”.
Gran parte de los trabajos presentados durante la sesión habían sido realizados en países de África y entre mujeres adolescentes y jóvenes. Estos trabajos demostraron que el acceso a la escolaridad tiene un impacto en algunos comportamientos de riesgo y, además, en la prevalencia de casos de VIH. “Las mujeres con niveles de estudio superior demostraron retrasar su debut sexual, usar preservativos con mayor regularidad, postergar el casamiento y la maternidad y tener menos cantidad de hijos que aquellas sin estudios”, resumió Audrey Petitfor, investigadora de la Universidad de Carolina.
Pero nuevamente hay que indagar en otros factores, ya que el acceso a la escolaridad está determinado, a su vez, por otras realidades en las cuales las condiciones económicas juegan un papel fundamental (y así es como el título de la sesión, que hablaba de barreras económicas, adquiere un claro sentido). En la mayoría de los casos, el abandono de la escuela se produce por la necesidad de comenzar a trabajar.

Lo que proponen los proyectos presentados por Watt y Petitfor tiene que ver justamente con eso: brindarle a las familias o a los jóvenes el dinero que necesitan para cubrir los costos de la educación. ¿Los resultados? En Tanzania, se observó una notable disminución de la prevalencia entre las adolescentes con estudio secundario; en Zambia, se reportó que, a mayor nivel de educación, menor es la prevalencia del VIH. Las estadísticas en este país disminuyeron en los períodos con mayor asistencia a la escuela. Por último, en México, la ejecución del programa Oportunidades – por el cual se ofrecía a los estudiantes los costos para afrontar sus estudios- si bien no modificó notablemente los índices de prevalencia, sí produjo una disminución en determinadas conductas de riesgo.
La ecuación –en la teoría- es sencilla. Como concluyó Petitfor, es indispensable “reducir las barreras económicas de acceso a la educación, ya que parecen reducir el riesgo de contraer VIH”. Se necesitarán entonces los recursos suficientes –y el compromiso de los gobiernos y donantes privados- para que en la práctica esta ecuación no sea imposible. Para reducir el riesgo de contraer VIH y, sobre todo, para garantizar el derecho que tienen todas y todos los adolescentes de acceder a la educación.
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