Por Mateo Berrones Berrones.-
Vivir con VIH es un verdadero reto a nivel mundial, tanto en sectores urbanos como rurales. Esto se debe, en mayor medida, a factores externos, como el sistema de salud, el círculo social, familiar o de amigos, que no siempre juegan un rol de apoyo y acompañamiento durante el diagnóstico y tratamiento. ¿Qué sucede si tienes que ocultarte de todo y todos?

Pietro es un joven de 25 años de Ecuador, actualmente reside en la provincia de Chimborazo con su familia y se encuentra a pocos días de la graduación de la universidad. Él decidió celebrar el Día del Orgullo LGBTI 2018 en la ciudad de Quito; dentro de las actividades que se realizaron aquel día, se encontraban puestos de pruebas rápidas de VIH. “No me la quería realizar (…), algo en mí decía que podría ser portador (…). Al final cedí a realizármelo con mis dos amigos”, nos dice. Él resultó positivo.
“Me sentí acabado. Lo primero que pensé fue dejar todo lo que estaba haciendo: mi tesis, mi familia, la vida social (…) y no por mí, más bien porque mi familia iba a acabarme”, menciona Pietro. Ahora, un par de meses después, la historia no termina: “Me hice exámenes en la ciudad donde vivo (…) pero al terminar los tres test que se exige por protocolo de Ministerio de Salud, me dijeron que no estaban los sellos suficientes (…), también que el personal no llenó los formularios adecuadamente y varias cosas; al final me tocó realizarme los exámenes una vez más (…) retrasando dos semanas mi tratamiento”, comenta.
Pero, además de los inconvenientes de los exámenes, otro problema que percibe está en ocultarse lo más posible: “Es un problema serio para mí (…), esto debido a que dentro de la Unidad de Salud, donde debo hacerme los exámenes, que es el único de la ciudad, mi familia trabaja aquí (…)”.
Pietro teme que su familia conozca su condición de salud ya que ello significará también que sepan de su orientación sexual: “ellos son muy cuadrados en esta situación (…), siempre arrojan comentarios sobre la decepción que sería y la separación familiar que conllevaría el hecho de que fuese gay (…)”. Su temor se sustenta en una situación parecida con un pariente cercano. “Si sumo el hecho de ser PVV, no sé si me sacarán de la casa o me encerrarían”, comenta.

Esta situación ha afectado su estado de salud y Pietro manifiesta apneas del sueño, ansiedad y reacciones alérgicas más frecuentes. “Es estresante saber que debo camuflarme e ir al hospital evitando cámaras. También dar información resumida al personal de salud para evitar que me relacionen con mi familia o noten mi parentesco (…), porque sí, aquí el código de privacidad y ética lo rompen en sus reuniones y sesiones de personal”, dice.
Se puede asegurar que no es un caso aislado, los resultados del estudio sobre Estigma y Discriminación en PVVS realizado en el 2010 por la CEPPVS menciona que de 4233 personas con tratamiento ARV, el 22,5% de los entrevistados han sido excluidos de reuniones o actividades sociales, bodas, funerales o fiestas y el 13% ha sido excluido de reuniones o actividades familiares.
Afortunadamente, Pietro está superado el temor al estigma y la discriminación y continuado con sus exámenes de seguimiento para acceder a la medicación que necesita, sin embargo, este puede no ser el caso de muchas personas que por temor a ser identificados por su comunidad o por su familia se aíslan y evitan acercarse al establecimiento de salud.
En países de epidemias concentradas, urgen acciones para eliminar el estigma y la discriminación por VIH, eso requiere trabajar con población general, llegar a ella con mensajes de respeto a los derechos de todas las personas y en particular a las personas de la diversidad sexual para liberarlas del closet del VIH.
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