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La supervivencia trans a 9 años de la Ley de Identidad de Género

El pasado martes 31 de agosto en el XVIII Simposio Científico Fundación Huésped 2021 Camila Sosa Villada expuso. Desde un lugar muy personal, su experiencia sobre la supervivencia trans a 9 años de la Ley de Identidad de Género. Corresponsales Clave transcribió este poderoso discurso.

Le pregunté a la Claudia Rodríguez, escritora travesti chilena, si había hecho el cambio de DNI en  Chile y me respondió que había cambiado tanto con las hormonas, la silicona, la operación de reasignación genital que no se le ocurría, además, cambiar su DNI. Que ahora esperaba que cambiara el mundo.

Ella también habla inteligentemente sobre la actitud temeraria de las travestis de su generación frente al mundo de las cirugías estéticas, las cirugías clandestinas que son parecidas a los abortos practicados durante siglos en Argentina a las mujeres pobres. Dice que las travestis de su generación no sabían que la silicona era corrosiva y crónica, pero sí sabían que para cambiar el mundo tenían que cambiar ellas.

“Esto me hace pensar que ser travesti también es cambiar, partir de un lugar y terminar en otro, así que van estas palabras a todas mis contemporáneas y las anteriores, las que nos enseñaron a ser travestis cuando el mundo se separó de nosotras.

Pertenezco a una generación de travestis que conocimos dos Argentinas. La anterior a la ley de identidad de género y la que le siguió, esto es una particularidad puesto que nuestras vidas son cortas. En otras palabras, estar viva es un privilegio. Un privilegio que nos permitió ver un cambio social.

Piensen que comencé a travestirme cuando era adolescente, en los noventa, en un Pueblito de cinco mil habitantes, en el que se resistían los cimbronazos del fin del milenio. Se emputecieron conmigo ¿cómo un niño reconoce abiertamente, irrumpiendo las olas como quien dice, que es travesti? Luego vine a estudiar a Córdoba a mis 18 años, corría el año 2000. No solo no existía la Ley de identidad de género, sino que ser travesti era un delito. Había edictos policiales, códigos contravencionales, acuerdos tácitos entre los ciudadanos que establecían que ser travesti era un delito, un delito con permiso para cometerse siempre y cuando fuera de noche, pagaras tu coima a la policía y tu trabajo consista en echarte polvos por dinero.

Esto también viene a cuenta de nuestro confinamiento. Esto que alarma tanto a la buena sociedad Paqui-argentina, el aislamiento por un virus era el pan nuestro de cada día. El aislamiento que nació como una forma de tortura, era nuestra vida en ese entonces y era el precio que pagamos por nuestra libertad. La palabra libertad va unida a la palabra travesti.

Ser travesti, aún en esos años era una cárcel. (…) Salir a la calle era exponerse a todo lo que ya saben. Imaginen que un día quieren cocinar y se dan cuenta que les falta, digamos, un paquete de fideos y deciden salir al supermercado de la cuadra de su casa y se embolsan. Yo le decía embolsarse a tratar de disimular el contorno de las caderas, los jean ajustado y los pechitos incipientes por las hormonas. Un abrigo enorme, una capucha, lentes de sol; a veces vestirse como un hombre con los restos del guardarropa de una vida anterior, recogerse el pelo y salir a cara lavada no más para evitar todo ese circo romano que siempre provocamos las travestis a nuestro paso. Bueno, entran al supermercado, hacen las compras y al salir se encuentran con las luces del patrullero o patrulleros y los policías que piden documentos y hacen miles de preguntas y vos solo saliste a comprar fideos. Imaginen ir a la universidad, cruzarse a todas las edades dispuestas a insultarte, con toda la creatividad de la que eran capaces “trava, trabuco, travesaño, bombacha con olor a huevo”, así era el mundo entonces. Imaginen a los docentes de la facultad cuando te llamaban con tu nombre de varón y te presentabas al examen con los pómulos bañados en un rubro nacarado como si se los hubieras arrancado al mar. Imaginen además que por la noche todavía deben salir a trabajar, a prostituirse. Imaginen al dueño de la pensión quemándote el coco para que les pagues los meses atrasados de alquiler, con las vecinas de la pensión llamando a la policía cada vez que recibías una visita. Imaginen que por la noche les da una paliza y no pueden contárselo a nadie, imaginen ir a un hospital y que la gente se aparte de tu lado como si tuvieras la variante Delta, imaginen además el amor en un mundo como ese ¿Quién podría querernos en un mundo que nos escupe de esa manera? ¿Quién podría reconocer que a la persona que se quiere es la misma persona a la que insultan apenas pone un pie en la vereda?

Poster de Mía, una producción cinematográfica argentina que contó con la actuación de Camila Sosa.

Muy bien, ahora imaginen que cargan con todo este peso pero que además por las noches tienen que lucir bonitas. Esconder bien la barba y montar una ingeniería para suscitar deseo en los clientes. Imaginen vivir así días tras días. Salgan un segundo del cuco porteño e imaginen lo que era en esos años, y en los anteriores, ser travesti en Salta, Tucumán, en Chaco. Imagine los crímenes en torno a este silencio. Imaginen ahora las promesas con las que llegó la Ley de identidad de género a la vida destruida de las travestis.

Desde el año 2000 hasta el año 2009  anduve indocumentada, y hubiera seguido así de no ser por una obra de teatro que me cambio la vida. El contrato de la primera y única película en la que actué: Mía, de Javier Van de Couter, lo firmé con mi nombre de varón, lo mismo que el contrato de la Viuda de Rafael. Las críticas de entonces a las obras de teatro que yo hacía a veces deslizaban frases del tipo “el actor hace muy bien su papel”, “el actor sorprende”, a veces la gente se quedaba después de la obra y decían a modo de cumplido “sos muy buen actor”.

Cuando se aprobó la Ley de identidad de género y decidí hacer el cambio de documento tuve muchísimo miedo. Debo haber ido al registro civil unas diez veces, hacia fila, esperaba y luego salía corriendo y venía a guardarme al departamento. Así hasta que una vez completé todos los trámites y se rectificó mi partida de nacimiento.

Este es, a mi entender, el momento más poético de la Ley.

Ese papel se corregía, viajabas al pasado para corregir que en enero de 1982 no había nacido ningún varón llamado Cristian.

A menudo se escuchan críticas a ciertos binarismos de la Ley Varón/ mujer y las “’¿travestis donde estamos?” muchas activistas clamaban una T que nos nombrara, pero lo importante era terminar con esos edictos de mierda que le permitían a la policía llevarte detenida nada más por salir a comprar fideos.

La ley de identidad de género fue como un portal que permitió pasar de un mundo donde éramos delincuentes a otro en el que éramos ciudadanas como cualquiera. Esto, a primera vista merece ser celebrado, claro; pero después de tanto tiempo, no estoy segura que entrar a esta sociedad sea motivo de celebración.

Tener un documento que coincide con el nombre que yo elegí para ser llamada, que dice sexo femenino, que te podés poner una sombra en los ojos y soltarte el pelo, concretamente acortó algunos trabajos, por ejemplo, el de los trámites en el banco, en los aeropuertos, en los hoteles, en los contratos de alquiler. La primera vez que salí del país fui a actuar en Paraguay y en el hotel desde el recepcionista hasta los mozos  en el desayuno me trataban de señor, incluso con todos mis brillos y mi pelito largo. Luego de la ley no es necesario decir que ese Cristian que figura en el documento es la misma que se presenta ahora en tal despacho, pero ¿Cuántas travestis de las que fui contemporánea hacían trámites en el banco, hacían viajes en avión o se hospedaban en un hotel o incluso firmaban contratos de alquiler? ¿Cuántas de aquellas viejas travestis en las que me reconocí y me miré y me busqué y a las que quise parecerme vivieron esas experiencias? Digamos que, así como viajamos al pasado para rectificar una partida de nacimiento, también viajamos al futuro y le dimos a toda una generación de travestis, que no conocieron el mundo antes de la ley, una existencia menos agotadora.

Recuerdo haber leído notas sobre los primeros documentos entregados a las travestis en aquellos años. Algunas decían “ahora voy a poder casarme”, “voy a poder adoptar” pienso en cuantas de ellas lo hicieron.

La ley de identidad de género también le dio al país cierta categoría en materia de derechos humanos, en el mundo se dijo que era la ley más avanzada en torno a la identidad. Es más, mucha gente osa decir que la sociedad argentina es mejor ahora gracias a esa ley y la Ley de cupo laboral trans; me pregunto cuantos creen de verdad que somos mejores como sociedad e insisto siempre en esto, las que son mejores son las travestis; porque a pesar de haber vivido en un país que perpetraba humillaciones, crímenes y aislamientos sobre nuestros cuerpos fuimos capaces de pensar a futuro.

Pienso en Loana Berkins, en Karina Urbina, en Sandi, en Belén Correa, en Luisa Paz, en la Cruns, en Cris Miro, Pía Baudraco, en todas esas travestis que pensaron en el futuro y “dijeron vamos a cambiar algo, tal vez no para nosotras, pero si para las que nacen”.

Muchas de ellas han muerto

Ahora pienso en el enorme vacío que existe luego de este acontecimiento, el vacío que ocupan las travestis que no fueron tocadas por el progresismo, las travestis cuarentonas, las de cincuenta las de sesenta años, las travestis privadas de la libertad en pabellones de varones, rapadas y violadas cada día. Las travestis viejas que vivieron la dictadura y cuando digo dictadura digo también democracia. Mientras la sociedad argentina celebraba que los milicos ya no estaban, los milicos secuestraban, torturaban y violaban travestis, mientras sonaban los fuegos artificiales que celebraban la llegada de la democracia por fin.

Durante los 80, los 90, durante la primera década de los 2000, en esta sociedad que ustedes creen mejor se cometía un genocidio y este genocidio no se repara ni con la Ley de identidad de género, ni con la Ley de cupo laboral trans. Esos son otros logros, pero no olvidemos a las viejas porque -si no- estamos construyendo una casa sobre un pantano o castillos de arena. Estamos avanzando mientras arrastramos el cuerpo de las travestis que nos precedieron y lo único que puede reparar esas vidas quebradas, como ramas, es el dinero que les permita descansar, tomarse un respiro y hacer nada.

A veces tengo la sensación de que (para que) llegara la Ley de identidad de género llevó vidas y vidas, y no alcanzamos a tenerla y ya empezó la visibilidad trans, las ficciones en la televisión y la aparición de las infancias trans, y ya nos nombramos mujeres trans porque la palabra travesti estaba sucia de tanto que la usaron como un insulto y ya llegó la Ley del cupo laboral trans, y al ratito llegó el documento para los no binarios, y quedan generaciones de travestis en silencio, regiones de travestis silenciadas sin estudio, sin experiencia más que en la prostitución. Luego de la primera iluminación de la ley volvió a quedar entre tinieblas ese grupo al que le debemos todo.

Ya hay libros y libros escrito sobre nuestra identidad, nuestro deseos, explicaciones desde la filosofía, la psicología, la sociología. Ya hay teóricos Queers hablando de nosotras y yo recuerdo que no me explicaba nada sobre esto cuando me ponía una funda de almohada como vestido o robaba la pinturas viejas de mi mamá para pintarme en secreto en el baño. Lo hacía porque no había otra forma de vivir. Cuando hablo con las travestis de entonces siempre nos reímos de nuestra inocencia. No pensábamos, ni teorizábamos, apenas decíamos “somos vampiros de la noche”, “somos chicas especiales”, ”somos chicas con sorpresa”. No explicábamos, pero vivíamos y pagábamos el precio de vivir sin chistar.

Me toca por supuesto hablar de un lugar ingrato. Ahora mismo, desde la aparición de Las Malas, vivo mejor que mucho de ustedes. No tengo preocupaciones económicas, ya no me pueden hacer daño porque soy conocida, porque mi trabajo gusta y porque la ganancias por las ventas me dan cierta impunidad, cierto aire desdeñoso por las sociedades en general.

Las voces que se escuchan son siempre las mismas y si contamos la historia es para que sucedan cosas buenas a las travestis, pero no dejo de pensar en que las travestis a las que quise parecerme murieron sin conocer este mundo del después y ¿Qué importa el después si esas travestis están cansadas, y continúan prostituyéndose y han perdido el contacto con sus familias y las redes afectivas las ignoran y se las olvida porque son viejas, porque no aprendieron a hablar el lenguaje higiénico y estéril de los tiempos que nos tocan?  ¿Qué importa un documento de identidad que dice sexo femenino si nada de lo bueno que puede tener eso las toca de alguna manera? ¿Qué importa un decreto que obliga a las instituciones a tener entre sus empleados a personal travesti, si ellas apenas terminaron la primaria y eso con suerte? ¿Qué importa una ley si se mueren antes de disfrutarla? Pienso que, mientras se avanza en todas las direcciones posibles, hay que reparar esas vidas económicamente, culturalmente, hay que respetar ese sufrimiento y resarcir antes de que mueran. Si nos saltamos ese paso quiere decir que no entendimos ni sentimos nada.

Camila Sosa Villada Escritora y actriz. Premio Sor Juana Inés de la Cruz, que otorga la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Premio de Narrativa en Castellano, 2021.

País: Argentina

Acerca del autor

Constanza Armas

Psicóloga | Argentina
Organización:

Soy venezolana, migrante, feminista. Creo que la participación en los temas públicos de la sociedad civil organizada son la clave para una democracia verdadera. Creo en la libertad, por eso soy activista por los derechos humanos. Creo que todxs merecemos ser nombradxs, por eso intento tener mirada de género. Soy una indignada por los crímenes de lesa humanidad que ocurren desde hace años en Venezuela. Desde estos lugares escribo.

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